El otro día estaba pensaba en una de las últimas relaciones que tuve. Más allá de cuánto duró, por qué terminó o qué matices tuvo, me encontré escuchando una canción que me transportó a ese momento en el cual un vínculo entre dos personas entra en un carril que va fluyendo, pero en donde también afloran los miedos, los fantasmas del pasado, las expectativas, las ganas, las inseguridades. Un momento “bisagra”.
Por tinder, por un amigo en común, un reencuentro con alguien del pasado, un nuevo curso o taller que hacemos, o simplemente una casualidad, y conocemos a alguien.
Nos podrán atraer una o varias cosas de esa persona y si los dos estamos en la misma sintonía, entonces comenzaremos a salir, a vernos más seguido, a compartir más tiempo y actividades, historias, eventualmente amigos y familia.
Pero en el ínterin de estos pasos casi sistemáticos, hay un momento muy sutil y profundo. Es casi imperceptible o hasta nos hacemos los desentendidos, sólo por que sabemos que estamos dando ese pasito al vacío.
Un amigo me dijo una vez que quien mejor sabía de esa sensación era el Coyote. En su persecución, cuyos motivos e infinidad de intentos desconocemos, más allá de saciar un hambre latente en ese desierto, el Coyote sigue desenfrenadamente al Correcaminos por valles, desiertos y montañas.
En muchos casos, por la velocidad en la que van, el Correcaminos pasa de modo cuasi divino de una montaña a la otra sin darse cuenta que en medio hay un vacío. El pobre Coyote se lanza al acecho y en la mitad del camino, se da cuenta de su situación y cae sin más remedio.
Así de vertiginoso es conocer a alguien nuevo. Así de vertiginoso es abrirse a la posibilidad de sentir y de dejar que otro nos conozca como somos. Siempre y cuando sea este, el tipo de relaciones que queremos. Bien vale mantenerse al margen de todo esto y vivir algo más por encima, más light… son elecciones.
Y acá es a donde quiero llegar en este blog, que sigue siendo acerca de la artritis, pero cuya existencia se interrelaciona con todo lo demás que a una persona le toca vivir.
Tener un diagnóstico de de una enfermedad autoinmune y sin cura en el presente, significa aceptar una relación con ella, de por vida. Y significa sobretodo y como en cualquier relación, aceptar que vamos a tener días buenos, más o menos y días horribles. Pero como dicen los budistas, el dolor es parte de la existencia humana, pero el sufrimiento es opcional.
Entre tanto cuento de Disney, tantas novelas de amores imposibles o difíciles, tantas historias escritas, nos olvidamos que en el conocer al otro hay que tener los pies bien en la tierra. Hay que tomar las cosas como son y aceptar lo que viene dado. Esto no quiere decir rendirse, quiere decir que tenemos que partir del presente, de la realidad y de donde estamos hoy.
Por eso, si yo no entiendo que tengo que desarrollar una relación sana con mi condición, entonces me voy a quedar limitada a ser nada más que ese diagnóstico o estar condicionada a una posición de víctima que no me enriquece ni me hace feliz. Me pone en un lugar de dependencia, de inferioridad conmigo misma y de permanente carencia. Voy a estar mirando todo lo que no soy, todo lo que me falta, todo lo que está mal en mi cuerpo, todo lo que no anda.
En cambio, si me enfoco en aceptar las limitaciones pero en entender que éstas no son las que me definen, y aprecio y valoro todo lo que sí está bien en mi cuerpo, o lo que hoy funciona o lo que hoy puedo hacer, entonces mis capacidades se expanden y soy inabarcable.
El crecimiento personal, sin querer pecar de New age, y la expansión de nuestras capacidades, está relacionado con cuanto podemos superarnos a nosotros mismos, en cuanto desarrollamos esa relación de amor propio y aceptación de quienes somos para ir un paso más allá, y desde ahí, podemos alcanzar todo lo que nos propongamos.
Este fue el gran aprendizaje, ese momento bisagra que tuve en mi relación conmigo misma, cuando dejé ese lugar de “quien me va a querer con todo esto “, o “así no tiene sentido vivir“, a comprarme un pasaje e irme con Vicky a hacer el camino del Inka a mi paso o animarme a volver a esquiar después de dos exitosas infiltraciones de rodilla o simplemente aceptar que hoy no usamos corpiño porque no lo podemos abrochar o salir a la calle hacia el casamiento de mi hermano con mi vestido abierto porque no podía cerrar el cierre y pedirle al primer conocido que me cruce que me de una mano…
Y como en cualquier relación con un otro, incluso con nosotros mismos, van a haber momentos de miedo, de incertidumbre, de dudas, de ganas de tirar la toalla, de rendirse… pero también van a haber momentos únicos, una mayor intimidad por el compartir las vulnerabilidades, de celebrar los pequeños grandes logros, de agradecer el recuperar una movilidad que creíamos perdida, de ir a tomar una clase de danza individual, de incrementar la confianza en mis capacidades, el proyectar cosas a futuro y en común con otros…
Creo que en este sentido, tenemos todo para ganar. Vale la pena correr como el Correcaminos aunque estemos por momentos flotando en el vacío.
Feliz relación con ustedes mismos!
Con mucho amor,
Lola
Gracias a Euge, Mache, Lore, Maria, Boris, Sole, Anto y Dani, por ayudarme a ver las cosas con tanta paciencia y cariño.