En los casamientos y en las fiestas me dicen que soy el conejito rosa de Duracell.
Es que a mi me encanta bailar. Me apasiona.
Uno de los primeros recuerdos que tengo de cuando era chica es a mi papá entrando con una caja enorme que contenía unas medias blancas y una malla de baile fuxia.
No tendría más de 5 o 6 años. Y era des-cor-di-na-dí-si-ma. Pero qué bien que la pasaba.
Después de unos años, se puso de moda por mi barrio el tap o zapateo americano. Y ahí estuve durante más de 3 años golpeando el piso con chapitas. Las muestras de fin de año estaban llenas de tules, lentejuelas y flecos. Sobre ese escenario éramos la reencarnación de Liza Minelli, Frank Sinatra, Gershwin. Estábamos en Broadway…
Mis veintitantos me llevaron a vivir en Estados Unidos, y por culpa de tardes ociosas, descubrí el yoga en 2002. Fue un camino de ida. Durante mucho tiempo ese fue mi refugio y además, ver los avances en flexibilidad, postura y fortaleza, dan más ánimos aun.
En 2008, la vida me puso enfrente un caño.
Si. Un caño. Algo que jamás había considerado siquiera en mi vida. Qué manera de ser feliz!!!
Los ojos de quienes me escuchaban se abrían en miradas picadas y socarronas, pero yo, los miércoles a partir de las 19 hs, era feliz. Era una acróbata, un pájaro que volaba, una serpiente que subía lentamente, una ardilla que se animaba a saltar…. La libertad de movimiento, los vuelos, la destreza, me apasionaban.
Y esto duró poco… después de un año y medio, no podía enfrentar los costos de mi divorcio y las clases… y lo tuve que dejar.
Un poco más recuperada y antes de que mi cuerpo se acartone, llegué de la mano de Lore, a la danza africana.
No había posibilidad de que coordinara los saltos y las manos como lo hacía el profesor o algunas de las otras chicas.
Pero transpiraba alegría.
Cuando algo te gusta mucho no te importa hacer el ridículo, porque lo que estás haciendo es para vos mismo, y en ese lugar tan íntimo está todo bien.
LA artritis me agarró en un momento en que no estaba bailando. Ya fue demasiado tener que lidiar con cómo se va incapacitando el cuerpo… como cuesta subir las escaleras, subir al colectivo, dejar de correr, pedir ayuda para abrir las botellas… me hubiera dolido muchísimo tener que dejar alguna clase de baile…
Pasaron los años… Pasaron situaciones diversas… Y después de muchas vueltas, desencuentros, dudas, y miedos, idas y venidas, Maria y yo logramos coordinar los encuentros de baile semanales.
Ponerte a bailar sola porque son clases particulares, a los 38 años, además del incordio de llegar corriendo hasta el barrio de Belgrano, a la noche, con todo el cansancio del día laboral. A quien se le ocurre?
Y si, a mí!
Como siempre que me encuentro en estas situaciones, en cada clase, lloro…
Lloro de alegría y de emoción porque el jueves pasado pude mover mejor mi brazo, porque me siento de a ratos una bailarina, porque las canciones que María eligen me llegan y inspiran movimientos, que dentro de mis límites físicos, cruzan barreras que me hacen sentir en un escenario, enamorada de la capacidad de sentir y expresar a través del baile…
Tengo claro el recuerdo de quien era, de como me movía, de cuales eran mis capacidades y de cuáles son hoy, mis límites. Y se, y tuve que aceptar que hoy no soy más esa.
Pero lo más novedoso para mí, más allá del disfrute que tengo cada jueves, es que entendí algo que a algunos les puede resultar obvio y a otros – como a mí – una novedad:
si nos dejamos guiar por lo que nos apasiona más que por los prejuicios, propios y ajenos, podemos encontrar una manera diferente de hacer eso que nos gusta y que en definitiva nos hace tan felices!
Para leer: «6 claves para ser feliz» — http://muhimu.es/salud/seis-claves-para-ser-feliz/?platform=hootsuite#
*** Dedicado a María por su sabiduría y su paciencia infinita… Y a Euge porque con sus cuentos de sus clases me hace soñar! 😉
Qué lindo Lola !😘
Me gustaMe gusta
Me emocionaste, como siempre!
Te quiero!
Me gustaLe gusta a 1 persona